El Mito de la Atlántida
La Atlántida, una civilización perdida y extraordinariamente desarrollada en la antigüedad que fue mencionada por Platón tras haber escuchado hablar de ella a un egipcio. Uno de los grandes mitos o misterios de la Humanidad, que durante siglos ha generado no pocas teorías sobre su ubicación y sobre su existencia o no. En pleno siglo XXI, en la ciudad andaluza de Jaén, cercana a las recientes y últimas hipótesis de que la Atlántida (su capital) se ubicaba en las marismas del Guadalquivir, aparece una “macroaldea” con 5000 años de antigüedad que cuenta con un urbanismo extraordinariamente similar al descrito por el griego Platón. Fosos concéntricos de agua y tierra, alternándose, y una aldea circular, el mismo urbanismo, en un yacimiento arqueológico (“Marroquíes Bajos”) único en Europa por su extraordinaria extensión y por el dominio, en esa época, del agua. ¿Existe un trasfondo de verdad en esa “mítica” Atlántida? ¿Sería Jaén una de las ciudades de aquel imperio desaparecido como defiende el investigador Georgeos Diaz-Montexano? En el futuro está previsto un Parque Temático Arqueológico de Marroquíes Bajos, que permitirá la visita de este tipo de restos, como decimos, únicos en Europa.
El Enigma de la Mesa de Salomón
Un objeto mítico y mágico, procedente del Templo de Jerusalén y propiedad de un rey judío mundialmente conocido por su sabiduría. Dicho objeto encierra una de las claves de la creación: el Shem Shemaforash o nombre secreto de Dios. Quien lo posea tendría un poder absoluto sobre el mundo. Ese objeto maravilloso, la Mesa de Salomón, según algunas versiones, estaría escondida en Jaén. Algunos la buscaron en el solar de la imponente catedral giennense, donde se supone que estuvo "la cava" o cueva que la albergó. Otros han pensado que el Palacio Perdido de Hércules estuvo en el barrio de la Magdalena, el mismo palacio que una vez abierto atrajo la invasión musulmana a la península y, en cuyo interior, se guardó la Mesa y el Espejo de Salomón. No falta quien piensa que el Lagarto de la Malena, célebre Dragón de grandes dimensiones, no tenía otra misión que la de custodiar los tesoros del Templo de Jerusalén sustraídos por el emperador romano Tito y traídos hasta esta ciudad. Entre ellos, la Mesa de Salomón.
EL LAGARTO DE LA MAGDALENA
Hace muchísimos años, tantos que el recuerdo no alcanza a numerarlos, Jaén era ciudad de importancia, grande en comercio y negocios, hermosa en arquitectura y trazado, generosa en gentes y abundante en aguas. Vivían en estas tierras generosas, gentes del Norte de la península, también había algunos que procedían de más allá de los mares, e incluso se rumoreaba que algunas familias procedían de los confines de la tierra. El manantial más abundante en aguas era el de La Malena, con un caño grueso como un gran toro, que no cesaba nunca de regalar sus aguas a los habitantes de la ciudad, además de otros muchos, pero de menos importancia.Podría decirse que era Jaén tierra feliz, si no fuera porque en ese gran manantial, al que nosotros los jaeneros, gustamos más de llamar Raudal, habitaba una bestia inmunda, grande como montaña, fiera como demonio, fea como maldición y hambrienta como rebaño de leones. Aquella bestia horrible, a la que los habitantes de la gran ciudad llamaban Lagarto, pues no era otra cosa que eso, un lagarto de grandes proporciones, se dedicaba a merendarse todos los atardeceres a alguna de las hermosas pastiras, que con la tranquilidad de su labor, se acercaban a llenar los cántaros de agua al manantial del Lagarto. Al principio, dicen las gentes que comía un muchacho o muchacha cada mucho tiempo, quizá porque fuera pequeña la bestia. Conforme crecía el Lagarto, agrandó tanto su estómago que precisó en su merienda una doncella diaria. No contento con esto, aprovechaba el amanecer para desayunarse a algún caballero trasnochado, que regresara a su casa tras gozar de la compañía de doncella ligera, o a algún hortelano adormilado que se acercara al raudal a saborear un poco de la deliciosa agua, antes de encaminarse a la faena diaria en su huerta. Todos los niños de la ilustre villa decían haberlo visto, pero no era cierto el cuento, ya que aquel que la divisaba, pasaba a engrosar los kilos de aquella Fiera de La Malena. La situación era insostenible. Decidieron las buenas gentes de la ciudad no acercarse a la guarida de aquel Lagarto. Más valía, a pesar de las dificultades que ello conllevaba, buscar el agua en otros pilares de menor abundancia, conservando así la vida alejados de aquella voraz criatura. Pasado un tiempo, se oían las tripas del lagarto rugir, ya que éste tenía un apetito atroz. Nadie se acercaba a su guarida. Cuando el hambre apretó, comenzó a salir la fiera de la cueva y a recorrer las calles del honrado barrio de La Malena, en busca de alimento humano para no fenecer y aliviar los dolores de su escandaloso estómago. Fueron muchos los días en que nadie pudo salir de sus casas. El Lagarto estaba pendiente de comerse al primero que se atreviese a salir a la calle, que él ya consideraba de su dominio. Los labradores no labraban, las aguadoras no aguaban, los curanderos no curaban y los pregoneros no pregonaban. Aquello no podía continuar así. Llegó un día en que un valiente Preso se ofreció a matar al Lagarto a cambio de su libertad. Vio el Concejo de la Ciudad que era buena la proposición del reo, por lo que pronto lo llamó a su presencia. Les explicó el presidiario el plan que había ideado y lo que a cambio pedía, aceptando los gobernantes de esta ciudad darle la libertad si llevaba a buen término semejante hazaña. Solicitó el Preso el pellejo de un cordero recién muerto, para que bien huela a carne de animal aún vivo, pólvora a convenir, un gran saco de panes calientes para hacer un rastro apetitoso a tan sibarita bestia y un caballo veloz. Una vez le fue entregado todo lo solicitado, se preparó el Preso para ejecutar su peligroso proyecto. Un amanecer, mientras el Lagarto dormía, llegó al trote hasta su guarida. Siguiendo el plan previsto, tras despertar a la bestia inmunda, dejó un rastro de pan caliente que el Lagarto siguió hasta la Plaza de San Ildefonso. Una vez llegó allí, vio el Lagarto la piel del cordero, que previamente se había llenado del material explosivo. Encendió el preso la mecha y enseguida, de un solo bocado, tragó el Lagarto el cordero, que en llegándole a su incansable estómago le abrasó las entrañas y explotó, pegando el horrible animal un reventón como jamás se hubiera escuchado antes en la ciudad. Hay quien dice que al Lagarto lo mató un valiente caballero. Otros cuentan que fue un pastor al que la terrible criatura comía sus ovejas.Dícese también que reventó la bestia tras atiborrarse de panes calientes. Nos hablan también de yesca y no de pólvora, e incluso hay quien dice que murió la bestia a manos de un caballero revestido de espejos.Sea como fuere, lo cierto es que cuando reventó tres días de fiesta se dieron en todas las plazas. Vino y alegría repartieron las gentes por todas las calles. Las pastiras volvieron a coger agua en el manantial, los labradores volvieron a labrar, los curanderos volvieron a curar, y cada vez que alguien hizo mal desde entonces, y aún hasta hoy, dícesele fuertemente: "Así revientes como el Lagarto de la Malena", porque nunca hubo reventón tan grande y tan fuerte en el mundo entero ni en sus confines.Se trata del mito del Dragón, localizado en Jaén con gran arraigo entre su población y que, según algunos eruditos, dicho mito llegaría hasta la ciudad de manos de comerciantes fenicios, sirios o, muy posiblemente, de judíos que llegaron a la península todavía bajo dominación romana. Esta Leyenda está incluída entre los 10 Tesoros del Patrimonio Cultural Inmaterial de España y figura entre las propuestas para su declaración futura como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por parte de la UNESCO, junto a manifestaciones culturales como los Carnavales de Cádiz o las Fallas de Valencia, entre otras.
La Fuente de Caño Quebrado
En la bifurcación de la carretera que sube hasta el Castillo de Santa Catalina, justo cuando encontramos la desviación hacia el Hospital de El Neveral, se encuentra la Fuente de Caño Quebrado, lugar donde se produce el trágico desenlace de esta historia, tan hermosa como desconocida.Nos cuentan que hace muchos años, Jaén era gobernado por el noble Omar, hombre de grandes virtudes. Omar tenía establecido como lugar de residencia el castillo de la ciudad, desde donde gestionaba los asuntos de su territorio, buscando siempre lo mejor para sus súbditos. Llegó el joven Omar a la edad de contraer matrimonio, para lo cual se desplazó desde lejanas tierras una hermosa joven, cuyo nombre era Zoraida. Dicen que era mujer de extraordinaria belleza y que estaban muy enamorados el uno del otro. Llegó el día de la boda. Todo fueron lujos. El castillo de Jaén se veía completamente iluminado por grandes hogueras, la ciudad entera convertida en un gran festejo, donde no faltaron viandas, bebidas y diversión. Después de la extraordinaria celebración, cuentan que vivieron felices. Omar dedicado al gobierno de la ciudad, Zoraida, volcada en dar toda clase de atenciones a su marido. Todo iba como si de un cuento se tratara, hasta que un día, tuvo Omar que abandonar el Castillo, como en otras numerosas ocasiones, para bajar a la ciudad y solventar algunos asuntos propios del cargo que ostentaba. Llegó la noche a Jaén sin que Omar regresara a su Castillo. La hermosa Zoraida esperaba preocupada e inquieta su llegada. Pasaron las horas y Omar no regresaba. A Zoraida, cada vez más preocupada y nerviosa, le faltaban ojos para vigilar los alrededores, intentando vislumbrar la sombra de su amado, que ya se estaba retrasando en exceso. Viendo Zoraida que no llegaba su marido, comenzaron a pasar los peores pensamientos por su mente, razón por la que ordenó a la guardia que iniciara su búsqueda. La orden fue ejecutada de inmediato, comenzando al momento a rastrear el monte y la ciudad en busca del joven Omar. Desgraciadamente, al poco tiempo encontraron el cuerpo ensangrentado y sin vida del valiente gobernador, muy cerca del Castillo, justo en el lugar donde hoy está la Fuente que conocemos con el nombre de Caño Quebrado. Muy grande fue la pena que inundó la ciudad. El castillo se vistió del más riguroso luto. Cuentan que la hermosa Zoraida no podía soportar el dolor en su corazón, casi parecía que había quedado también sin vida. La tristeza se le hacía insoportable. Una mañana, gris y nublada, encontraron el cuerpo sin vida de la hermosa joven, en el mismo lugar donde hallaron asesinado a su esposo. Justo desde el momento en que se produjo el triste fallecimiento de Zoraida, comenzó a brotar el manantial de agua que hoy conocemos como Fuente de Caño Quebrado. Cuentan las gentes, que ese venero de agua que brota en Caño Quebrado, son las lágrimas de Zoraida por la muerte de su amado. Hasta nuestros días ha llegado otra leyenda, que nos habla del fantasma de una mora que pasea su pena por las salas del Parador de Turismo, construido justo en el solar que ocupaba el antiguo castillo musulmán. Quizá sea la hermosa Zoraida, buscando todavía, a su joven y amado Omar.
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La Cruz del Pósito
Cuenta esta antigua y desconocida historia, un triste acontecimiento de amor entre un apuesto galán y una hermosa dama de la ciudad de Jaén. Dicen que llegó a Jaén un capitán, posiblemente de los Tercios de Flandes, galante, uniformado, de mirada penetrante, rostro curtido y de valeroso carácter.Se comentaba que el valiente y apuesto galán era muy rico. Tan grande era su fortuna personal que contar lo que tenía causaba un increíble asombro en aquel que lo escuchara. Se hablaba de él en toda la ciudad. Las doncellas casaderas de Jaén, clavaban en él sus ojos y lo observaban con esmerado interés cuando salía a pasear por la villa. A pesar de tener a tantas hermosas damas a sus pies, el galán se enamoró intensamente de una joven llamada Dª Beatriz de Uceda. Tenía esta doncella una belleza extraordinaria, un contorno perfecto y una discreción propia de las señoras de su clase. Era ejemplo de virtudes: noble, sincera, prudente, dulce y cándida. El apuesto galán, cuyo nombre era Don Diego de Osorio, quedó tan prendado de ella que ocupaba Doña Beatriz todos sus pensamientos. Constantes fueron sus regalos y atenciones hacia la joven. Siempre solícito a lo que ella deseara, siguiendo sus pasos allá por donde fuera y propiciando decenas de encuentros para impresionar a la hermosa dama. Sin embargo, Doña Beatriz, tenía el corazón ocupado por otro caballero. Aún así, por las circunstancias que fueran, casó finalmente Beatriz de Uceda con el Capitán Osorio, dejando en el recuerdo a aquel hombre que tan intensamente amó. La boda se celebró por todo lo alto, que si rico era el novio no menos lo era la novia. Dicen que disfrutaron de días alegres, donde todo fue tranquilidad y sosiego. Doña Beatriz intentó ser feliz en su matrimonio, entregándose en cuerpo y alma a Don Diego, pero con una gran tristeza en su corazón, ya que no olvidaba al hombre que fuera en su juventud motivo de sus más apasionados deseos. Poco tiempo habría de pasar, para tener Beatriz que volver a dar muestras de su bondad y dulzura innatas. Soportó abnegada a su esposo, que si en otro tiempo fue galante y educado en extremo, se transformó el caballero en hombre de malos caminos, juntando en sus espectaculares juergas la noche con el día, enviciándose en el juego y en los más infames placeres terrenales. Conforme pasaba el tiempo más se endeudaba Don Diego de Osorio, perdiendo su dinero en los más fracasados juegos, viéndose inmerso en encrespadas riñas... Una batería de tormentos para su sufrida esposa, la triste Beatriz, que ahogaba sus sentimientos hacia la actitud de su marido, soportando a duras penas tan desdichada y fracasada vida matrimonial. Y al final, el desenlace a tan desesperante situación llegó. Hasta la última moneda gastó el capitán Osorio. Nadie quedaba en la ciudad que le diera prestado y obligado estaba a pagar las pérdidas acumuladas en sus desafortunados juegos. Viéndose desesperado y necesitado de dinero en medio de uno de sus juegos, ordenó a un sirviente que fuera hasta su casa, y que Doña Beatriz le entregara de inmediato la alhaja que él le regaló en señal de matrimonio. Rápido fue el escudero a trasladar a Doña Beatriz tan desagradable e inconcebible recado. Escuchó Doña Beatriz con cara de asombro el relato del criado, agachó su lloroso rostro y llena de coraje, mandó de nuevo al sirviente con un recado para su Señor. Si quería su esposo, D. Diego de Osorio, esa alhaja que con tanto celo guardaba, que se la pidiera a ella en persona, sin intermediarios, que ella misma, con sus propias manos se la entregaría. Volvió el escudero, apenado por su señora, a trasladar el mensaje al Capitán Diego de Osorio, comunicándole a éste lo que de Doña Beatriz escuchó. Duras burlas levantó el mensaje de su esposa en la concurrida sala. Avergonzado y furioso de que Beatriz no cumpliera la petición que él le hizo, acostumbrado hasta entonces a una impecable sumisión de su esposa, se dirigió hacia el punto establecido por Doña Beatriz para encontrarse, la plaza del Pósito. Allí la vio al instante, al pié de la cruz que se alza en medio del lugar, se acercó, extendió ella su mano y le entregó la alhaja, disimulando su llanto, como quién entrega su más valioso tesoro. Él le arrebató la joya con un insolente tirón, y una vez la tuvo en su poder, visiblemente enfurecido, clavó en Doña Beatriz una daga que acabó de inmediato con la sufrida vida de la dama. Después de tan cruel acto, volvió a la mesa donde pensaba jugarse la alhaja de Doña Beatriz. Estando allí, fue cuando recibió un mensaje del hidalgo Don Lope de Haro, que había presenciado el asesinato de Doña Beatriz, y retó a Don Diego Osorio a encontrarse con él en el mismo lugar donde asesinó a su esposa, la Cruz del Pósito. Había seguido Don Lope de Haro ese día a Doña Beatriz. La vio salir de su casa con el rostro cargado de dolor, la siguió preocupado hasta la plaza del Pósito, y presenció el cruel acto de Diego Osorio. Fue Don Lope de Haro el amor de juventud de Doña Beatriz, al que ella renunció por casar con el Capitán Osorio, y él también había seguido amándola desde lejos y sufriendo por los desgraciados actos del que era su esposo. Ambos caballeros se encontraron en el lugar del asesinato, empuñaron sus espadas, lucharon con gallardía largo rato, hasta que por fin, el noble Lope de Haro clavó su espada hasta la empuñadura en el cuerpo del desgraciado Capitán Osorio, en pago por el cruel y deplorable acto que había cometido. Con visible dolor por todo lo ocurrido, Lope de Haro pronunció las palabras "Pater Noster", en el momento en que con su mano apagó la vida del capitán Osorio. Cuenta la leyenda, que desde entonces, el afligido fantasma de Don Lope de Haro, todos los aniversarios de este trágico día, vuelve hasta la Cruz del Pósito a rezar un Padre Nuestro.
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El Palacio de los Vélez
Existe en la ciudad de Jaén un interesante edificio del siglo XVII, que cuenta con una hermosa fachada, decorada con escudos nobiliarios y con un recoleto jardín, que es conocido como Palacio de los Vélez, en la actualidad sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Jaén. Se encuentra este Palacio junto a la calle Valparaíso, conocida popularmente como Callejón de la Mona. Nos cuenta una leyenda, que habitaba en este palacio una muy ilustre y adinerada familia de Jaén. Se dice que esta familia vivía entre grandes lujos, con una profusa decoración en todo el palacio, repleto de maderas preciosas, mármoles de excelente calidad, hermosas porcelanas y un largo etcétera de detalles que demostraban el elevado poder económico del linaje que en él residía. Tenía esta familia una hermosa hija, de bellísimos ojos claros, pelo rubio platino, blanca piel y contorno perfecto. Reunía las mejores virtudes que pudiera ostentar una doncella casadera de la aristocracia del momento, pues era bondadosa, prudente, comedida y cándida, además de caritativa en extremo con los más desfavorecidos. Esta hermosa dama, acostumbrada a tratar a todo el mundo como a iguales, sin darle importancia a su clase social, portaba en su cotidiano vivir la sencillez propia de una santa. Hablaba con gran modestia, a pesar de su elevada posición, con doncellas, labriegos o pedigüeños, a los que nunca negaba una limosna y a los que gustaba ayudar en lo que podía, sin negarse jamás a escuchar sus numerosos problemas. Esta actitud hizo que conociera de primera mano las grandes necesidades de las clases más humildes del Jaén de aquellos tiempos. El padre de la hermosa joven presumía de ella en los foros políticos o económicos en los que solía participar. Ostentaba de su hija aún más que de las inmensas riquezas que en tan gran número poseía. La madre hacía gala de las virtudes de su hija ante todas las damas aristocráticas de la ciudad, mostrándola, cuando paseaban juntas, como el más valioso de los tesoros que había en su casa. Todos los más ricos y apuestos galanes de la ciudad, la observaban intensamente cuando paseaba con su madre por la Plaza de Santa María, quizá para asistir a misa en la Catedral, o simplemente dando un paseo por cualquiera de las calles o plazuelas cercanas a su Palacio. Muchos fueron los pretendientes de la aristocracia jiennense que aspiraron a obtener su mano. Incluso se cuenta, que numerosos fueron los nobles de otras ciudades que pretendieron casamiento con la hermosa joven. Un día, la hermosa dama, con su habitual sencillez, entró en una extensa conversación con un plebeyo, posiblemente un subordinado de la casa. Quizá fue un jardinero o un labriego, lo cierto es que era un hombre joven de clase humilde. La inocente muchacha entabló sin darse cuenta una gran amistad con él, encontrando en el humilde joven una serie de grandes virtudes, que no había conocido antes en la mayoría de los grandes nobles con los que habitualmente se relacionaba. La chispa del amor hizo mella en el corazón de ambos jóvenes. La hermosa aristócrata y el humilde plebeyo, como en otras muchas y antiguas historias de amor, quedaron prendados de tal modo el uno del otro, que no pudieron evitar el comienzo de un hermoso romance. Unidos por el más secreto de los amores, disfrutaron durante un tiempo el uno del otro, hasta que llegó el momento fatídico para ambos. Un día, el orgulloso padre de la joven dama, descubrió esta relación amorosa, que para él era una verdadera humillación y vergüenza, razón por la que de inmediato pensó en aplicar una drástica solución. La más grande desgracia se ciñó sobre la enamorada pareja. El padre decidió encerrar a su hija en la alcoba más alta de una torre que en aquel entonces tenía el palacio de los Vélez, pero no pensó en un encierro temporal o llevadero, sino en emparedarla, levantando un muro en la puerta de la alcoba y dejándola absolutamente incomunicada con el exterior. Se dice que tapió incluso la ventana, dejando un pequeño orificio por el que apenas entraba el aire a la habitación. No se arrepintió la joven de su amor por el plebeyo, quedando pues marcado su destino. Fue emparedada por su enfurecido padre, en la alcoba de la mencionada torre. Desde entonces, dicen que olvidaron a su hija, como si hubiera muerto, dejándola encerrada e incomunicada, para que nadie supiera de la grave afrenta que, según sus padres, había hecho la joven dama a su noble casa. Nos cuenta esta leyenda que el joven enamorado, transido de dolor, acudía todos los días al pie de la torre donde estaba encerrada la joven, y que ella, a través del pequeño orificio que tenía en la pared de su prisión, lanzaba a la calle mensajes de amor al plebeyo, escritos en las hojas de un libro de oraciones, único bien que sus padres le dejaron en tan penoso confinamiento. Para escribir en sus páginas, con una astilla de madera se pinchaba un dedo, utilizando a falta de tinta, su propia sangre. Nadie supo más de esta historia. Cuentan que posiblemente murió encerrada y olvidada de todos, en aquella oscura y triste torre. Solo le quedó la ilusión de escribir mensajes al plebeyo que había ocupado su corazón de forma tan intensa. Aún hoy, hay quien dice, que el fantasma de una hermosa joven rubia y de ojos claros, pasea su tristeza por las salas del Palacio de los Vélez, quizá deseando encontrar al plebeyo enamorado, al que nunca ha podido olvidar, a pesar de los siglos transcurridos.
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La casa del Miedo
En uno de los muchos y hermosos rincones de la ciudad de Jaén, concretamente en la plaza de San Bartolomé y enfrente de la parroquia de ese barrio, se alza el edificio conocido popularmente como "Casa del Miedo". En esta recoleta plazoleta de San Bartolomé, donde los naranjos, el agua y la preciosa iglesia nos trasladan hasta tiempos más antiguos y evocadores, transcurre una curiosa leyenda, en la que un aterrador fantasma recorría todas las noches sus losas de piedra, en dirección a la mencionada "Casa del Miedo". Cuando las sombras de la noche alcanzaban aquel rincón del Jaén antiguo, los vecinos temían asomarse a las ventanas, no fuera a divisarlos la fantasmagórica presencia y a realizar en ellos cualquier encantamiento que los desgraciara para toda la vida. Era más seguro cerrar postigos y puertas. Nadie tenía la valentía suficiente para salir a la calle, en busca de aquella alma en pena que tenía aterrorizado a todo el barrio. Los vecinos de la ya entonces llamada "Casa del Miedo", eran sorprendidos constantemente por los rumores, cada vez más rebuscados, del fantasmal visitante. Ellos aseguraban no haber oído jamás el más mínimo quejido, ruido o llamada, que les incitara a pensar que un ser del más allá estuviera paseando por las habitaciones de su inmueble. De hecho la puerta de la casa, según comentaban, se abría sola en cuanto llegaba el fantasma. Apenas se acercaba al portón de entrada, a la misma hora todos los días, este se abría sigiloso, dejando pasar a la misteriosa sombra. Conforme pasó el tiempo, una larga lista de sucesos en torno al fantasma comenzó a ocupar las charlas de aquellos jaeneros. Todos sabemos cómo para sobrellevar el fuerte calor nocturno del verano, se pasaban largas horas sentados en las puertas de sus humildes casas, esperando que la luz del candil se apagara, por falta de aceite, para ir presurosos a la cama, no fueran a encontrarse con la tan llevada y traída figura. Pasó el tiempo hasta que un hombre valiente, quizá alguno de los habitantes de la siniestra vivienda, harto ya de tanto comentario y miedo en torno al fantasmal personaje, decidió hacer guardia una noche fría y tenebrosa, en una de las esquinas de la plaza de San Bartolomé, dispuesto a todo, incluso a enfrentarse con aquella criatura. Después de una larga espera sin que sucediera nada, escuchó de repente el leve rechinar de las bisagras del portón de la casa. Al fijarse, vio salir del edifico a un extraño ser vestido de blanco, como si llevara una sabana puesta por encima. Valeroso, se acercó al fantasma con un arma en la mano. En el momento en que se encontraron, el valiente jiennense amenazó a la siniestra figura, viéndose de repente sorprendido con que el fantasma rápidamente, se levantó la sábana, dejando al descubierto a un elegante caballero, de carne y hueso. Quedó también claro el motivo de esta farsa. No era ningún fantasma el que paseaba por aquella plaza provocando el terror en los vecinos, que cerraban ventanas y puertas asustados. Era el amante de una dama que habitaba en la "Casa del Miedo", que con esta simple pero inteligente estratagema, recibía cada noche, en su propio lecho, al amante prohibido. A pesar del descubrimiento de la farsa, la leyenda siguió circulando en los comentarios de los vecinos. Años después, habitaría la "Casa del Miedo" una nueva familia, que contaba con un niño de corta edad, al que atendía una eficiente criada. Un día la niñera, paseando al bebé en sus brazos tropezó. Cayó el niño al vacío, estrellándose contra el suelo de la calle. La muerte le llegó en el acto. Nuevos relatos arrasaron el barrio de San Bartolomé. Los vecinos estaban convencidos de que aquella casa era el domicilio de infernales espectros. Posteriormente la "Casa del Miedo" albergó la sede del Catastro de Rústicas. Afirman que muchos de los trabajadores que allí prestaron sus servicios, fueron testigos de numerosos y extraños sucesos. Papeleras que se movían solas, sillas que cambiaban de lugar y papeles que desaparecían, bastan como ejemplo de lo que allí ocurría. Estas nuevas hazañas de los espíritus ocasionaron una profunda desconfianza hacia el encantado edificio, al que muchos evitaron acercarse durante largo tiempo. Hoy la "Casa del Miedo" es un bloque de viviendas. Parece que todo permanece tranquilo y que sus fantasmales presencias la han abandonado. No obstante, todavía hay quien cree que la actual quietud no es sino el presagio de nuevos y terroríficos sucesos que el tiempo nos contará.
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El Santo Rostro de Jaén
Cuentan los evangelios apócrifos, que caminando Jesús de Galilea hacia el Monte Calvario, se acercó hasta El una mujer joven para limpiarle el sudor de su faz, quedando estampado en el sudario utilizado el rostro del Nazareno. El sudario estaba doblado, razón por la que quedaron estampados tres rostros. Uno de ellos, según la tradición, es el que está guardado bajo siete llaves en la Santa Iglesia Catedral de Jaén. Cierta es la popular creencia de que son siete llaves, e incluso más, si se comienza a contar desde la puerta de la verja de la Catedral, la de entrada al templo, la que da acceso a la capilla principal, la que abre la caja fuerte que alberga la Santa Faz, hasta llegar a la urna que guarda la valiosa reliquia. Entrando de nuevo en el mágico mundo de la leyenda, encontramos una de origen muy remoto, que nos relata la razón por la que el Santo Rostro de Cristo llega desde Roma hasta la ciudad de Jaén. Una versión sitúa el momento de tan fantástica historia en la época en que fue obispo de Jaén San Eufrasio, uno de los siete varones apostólicos y evangelizador de la provincia. En otra, sin embargo, se nos traslada al tiempo en que fue Obispo de la diócesis D. Nicolás de Viedma. Dicen que estando un Obispo de Jaén cenando, escuchó un gran alboroto, unido a escandalosas risas y comentarios jocosos de unos insanos diablillos, que guardaba encerrados en un jarrón de boca estrecha y base ancha, de esos que llamamos redoma. No pudiendo concentrarse en lo que estaba haciendo el obispo, ya que agitaban sus alas y reían con gran estrépito, se acercó sigiloso hasta el jaleoso jarrón sin que le vieran. Una vez encontró el sitio apropiado, escuchó con interés para averiguar la razón de semejante jolgorio. Los pequeños demonios estaban relatando, entre risas ensordecedoras, los grandes pecados de Su Santidad el Papa. En los abismos infernales, según noticias que habían recibido, estaban esperando el momento de su muerte para celebrar una gran fiesta. Relataban satisfechos los pecados del Pontífice, con ansiedad de que llegara el instante en que éste bajara hasta las infernales llamas, que parecía ser inminente. Quedó asombrado y boquiabierto el Obispo por lo que escuchó. Preocupado por el casi inmediato y horrible destino de Su Santidad, comenzó a pensar de qué modo podría avisar al Santo Pontífice antes de su fallecimiento, consiguiendo quizá su arrepentimiento y robando a los infernales lugares el dominio de un alma papal. Por más que pensó el resultado era estéril. Sólo viajando a Roma podría hablar con el Pontífice y conseguir de él un arrepentimiento. Pero ¿cómo llegaría hasta la ciudad eterna? Eran muchos los días necesarios para llegar al Vaticano, y para ese momento el Papa ya habría fallecido. Una genial idea le vino a la mente. Si convencía a uno de los diablillos para que lo llevaran volando hasta la ciudad de Roma, podría llegar a tiempo de prevenir al Papa de su fatal destino, consiguiendo salvar su alma antes de que le sobreviniera la muerte. Con paso firme y decidido, se acercó al lugar donde los diablillos celebraban la infernal noticia. Callaron rápidamente al ver que el Obispo entraba en la estancia y con los ojos muy abiertos, escucharon la necesidad que el prelado tenía de viajar a Roma, para tratar asuntos urgentes con Su Santidad. Los diablillos se miraron, asombrados de la petición del Obispo. Rápidamente uno de ellos, se mostró dispuesto a llevarle volando sobre su lomo hasta el Vaticano, pero quería saber qué recibiría a cambio de ese gran favor. El obispo mostró su disposición a darle aquello que le pidiera. Poco tuvo que pensar el diablillo, que enseguida realizó su petición. Parece ser que el Obispo disfrutaba todas las noches de unos suculentos y opíparos banquetes, razón por la que el diablillo pidió a cambio del viaje hasta Roma, las sobras de las cenas del prelado durante el resto de su vida. Aceptó el Obispo de Jaén la condición impuesta por el jocoso diablillo, al que le brillaban los ojos de satisfacción por el trato conseguido. Al momento, liberó de su estrecha prisión a la infernal criatura y montó el Obispo sobre su lomo. Rápidamente llegó hasta el Palacio del Papa, donde enseguida le concedieron una entrevista personal con él. El Santo Pontífice, impresionado por la visita del Obispo de Jaén, escuchó con atención lo que éste fue a relatarle. Al momento se dio cuenta de que la suma de sus pecados se había convertido en una condena infernal. Mientras, el prelado jiennense lanzaba bendiciones y agua bendita por aquella estancia intentando purificarla. Se escucharon ruidos y lamentos ensordecedores, unido a un intenso olor a azufre, hasta que el Papa, al arrepentirse de los males cometidos, consiguió salvar su alma. Tan agradecido quedó al Obispo que le había salvado del infierno, que le entregó el Santo Rostro de Cristo en señal de gratitud. Solucionado el problema, volvió feliz el prelado a montar sobre el diablillo, con el Santo Rostro apretado entre sus brazos. Regresó de nuevo surcando los aires hasta la ciudad de Jaén, donde quedó guardado para siempre tan preciado sudario. El diablillo, satisfecho del trato que había realizado con el Obispo, esperaba con ruido en las tripas el grandioso festín de esa noche. Sin embargo, nos cuenta esta leyenda, que a partir de ese momento, el prelado decidió que sus cenas estuvieran compuestas de un único plato. anochecer, saboreaba un cuenco de exquisitas nueces, dándole al ansioso y hambriento diablillo las sobras de su cena, que no eran sino las cáscaras del apetitoso fruto.
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El Padre Canillas
Una oscura y tenebrosa noche cae sobre Jaén. En una de las estrechas calles del barrio de San Juan, rompe al silencio el estrepitoso golpe del portón de madera de una casona, de la que ha salido un joven que ha acompañado a la novia hasta su domicilio. El mancebo, bien abrigado, protegiéndose del aire y de la lluvia, dirige sus pasos hacia la plaza de la Merced. Por las solitarias y silenciosas calles, solo se aprecia el ruido del agua estrellándose contra el empedrado suelo, que rezuma humedad. Ni siquiera los pasos del Sereno se escuchan por las cercanías, que quizá se encuentre resguardado del agua en alguno de los oscuros pero cálidos portales. El aire frío e intenso arrecia con fuerza sobre la ciudad. Sigue su camino, con el cuerpo aterido de frío, y divisa a lo lejos una sombra que avanza en sentido contrario por la misma calle. Piensa en la figura que ve mientras camina. Excesivamente delgado, a su juicio, parece el caballero, que con paso ligero se dirige hacia él. Resulta ser un sacerdote, vestido con larga sotana negra, bien abrigado con una capa y con un gran sombrero que le protegía del frío y de la lluvia. El clérigo le solicita su ayuda para realizar una celebración en la cercana capilla del Arco de San Lorenzo, puesto que está solo y precisa de colaboración. El joven accede de inmediato, dirigiéndose ambos hacia el mencionado edificio. Una vez entran en la pequeña y hermosa Capilla, el sacerdote se reviste y da comienzo a la ceremonia. En una de las genuflexiones del presbítero, el joven le ayuda sujetándole la sotana mientras se arrodilla. En ese preciso instante aprecia el muchacho que en lugar de dos tobillos lo que sobresale por debajo de la ropa son las canillas de un esqueleto. Mientras el Padre sigue en su quehacer, el mozo vuelve a repasar con la mirada los espantosos tobillos, paralizado por el terror, comprobando que sin lugar a dudas, estaba junto a un esqueleto parlante. Pies le faltaron para salir corriendo en cuanto pudo reaccionar, presa del pánico. Abandonó el Arco de San Lorenzo y corrió desesperado por las calles del barrio de la Merced buscando donde esconderse de la fantasmal criatura. El calor inundaba su cuerpo, a pesar del intenso frío reinante. Parecía que el extraño esqueleto no le había seguido. No obstante, prefería esconderse donde fuera, puesto que su casa estaba aún excesivamente distante de allí. Todos los portones estaban cerrados y el maldito Sereno seguía sin aparecer por ningún sitio. Por fin, en su alocada carrera, vislumbró la silueta de un hombre en la Plaza de la Merced. Se acercó hasta él sin pensarlo dos veces, en busca de protección. Resultó ser un sacerdote, que escuchó boquiabierto el relato que el joven le narró. Le describió detalladamente lo sucedido en el Arco de San Lorenzo, donde había descubierto que estaba ayudando a un horrible espectro. El cura, asombrado por el nerviosismo y la excitación del muchacho, con un ligero destello de burla en su mirada, se alzó la sotana. En ese momento le preguntó que si los tobillos que había visto eran como los de él, mostrándole al aterrorizado joven unas horribles canillas descarnadas y sin vida. Espantosa noche la de este joven en el barrio de la Merced.
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Nuestro Padre Jesús Nazareno
Es la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, actualmente ubicado en la Catedral de Jaén, una de las más veneradas de la ciudad. Larguísimas son las filas de miles de nazarenos, que en la madrugada del Viernes Santo, siguen a Jesús en el camino hacia el Calvario. Hermosas estampas de la Semana Santa andaluza y jiennense son las de esta procesión, que tiene como uno de los más bellos momentos la salida de Jesús por las puertas de la Catedral, instante en el que las luces de la plaza de Santa María desaparecen, para dar paso al Abuelo iluminado en una de las estampas más esplendorosas de su extenso itinerario. Es la única imagen de la ciudad que cuenta con la dignidad de Hijo Predilecto, y cuelga de sus manos una gran llave, copia de la que daba acceso a un hospital, en el que entrando la imagen de Ntro. Padre Jesús, se cortó milagrosamente un gran brote de peste que asolaba la ciudad en el siglo XVII. Si bien de esta imagen se desconoce el autor, creen los expertos en la materia que es obra del escultor Sebastián de Solís, por las similitudes que tiene la cabeza de Jesús con la del Calvario de San Juan, además de la coincidencia de fechas, ya que la talla de Ntro.Padre Jesús Nazareno es de finales del siglo XVI o principios del XVII, fecha que coincide con la época de Sebastián de Solís. Nos cuenta sin embargo una leyenda, que podemos colocar entre las más conocidas de la ciudad, que hace muchos años, un hombre anciano, cansado de un largo viaje, derrengados los pies de tanto caminar, se acercó hasta una blanca casería cercana a esta ciudad, conocida como Casería de Jesús, y encontró en la puerta de la misma a un labrador, al que pidió asilo para descansar esa noche del largo viaje que estaba realizando. Lo acogió generoso el labrador, que ofreció al anciano viajero todo aquello que a su alcance tenía. El caminante, al acercarse a la entrada de la casería, fijó su vista en un leño de grandes proporciones. Comentó al hombre de la casería que él, con ese madero, sería capaz de hacer una hermosa talla de Jesús en un solo día. Solo necesitaba para realizar la escultura que le dejaran trabajar tranquilo en alguna habitación solitaria de la casa. El labrador, ilusionado por la idea, rápidamente le ofreció el tronco para que hiciera con él lo que decía. Le agradó al buen hombre la posibilidad de convertir en talla un madero que no le era de utilidad. Le aseguró además, que de ser cierto lo que decía, sabría agradecer su trabajo. Dispuso entonces el labrador que se trasladase el enorme tronco a una cámara pequeña y angosta de la casería, donde con el leño quedó encerrado el anciano viajero. Allí pasó el abuelo toda la noche. Ni un solo ruido perturbó la tranquilidad de los campos cubiertos por la oscuridad. Pasó también toda la mañana siguiente, sin que se escuchara el más mínimo sonido procedente de aquella habitación de la casa. Preocupados los habitantes de la casería, por el tiempo pasado sin acusar ruido alguno, y temerosos de que algo le hubiera ocurrido al extraño viajero, decidieron subir a averiguar la causa del sospechoso silencio. Subieron sigilosos, comprobando de nuevo que realmente no se oía absolutamente nada, pues no querían interrumpir el trabajo del escultor. Se decidieron por fin a abrir la puerta de la pequeña habitación y sobrecogidos por el asombro y el temor, descubrieron que en el lugar donde esperaban encontrar al anciano viajero y el tronco que iba a tallar, sólo se hallaba la escultura más hermosa que jamás habían visto. Era el primer milagro de Nuestro Padre Jesús Nazareno.
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Enfrente del toro está el tesoro
Se dice que en alguno de los muros del Castillo de Santa Catalina, existía una hermosa cabeza de toro esculpida en piedra. Esta cabeza de toro, indicaba a todo el que se acercaba a admirarla, a modo de adivinanza, como descubriremos más adelante, la presencia de un tesoro en el Castillo de Jaén, ya que bajo la escultura existía un letrero con la siguiente frase: - ENFRENTE DEL TORO ESTÁ EL TESORO. Numerosos fueron los jaeneros y forasteros que se animaron a subir hasta lo alto del cerro de Santa Catalina, cargados de picos, palas y mil artilugios más, en busca de ese momento de suerte que a todos nos gustaría encontrar en algún momento de nuestra vida, consiguiendo de un solo golpe, una gran cantidad de dinero, que nos hiciera olvidar todas nuestras preocupaciones y estrecheces económicas. El suelo de los alrededores de la cabeza se encontraba absolutamente revuelto. Aquello parecía un campo bombardeado por una gran lluvia de meteoritos. Amplios y profundos agujeros, así como grandes montones de arena, eran la obra de aquellos aventureros en la ávida búsqueda del tesoro. Un amanecer llegaba un ilusionado buscador de tesoros y hacía un enorme agujero a la derecha de la cabeza de toro. Otro día llegaba uno nuevo y hacía el agujero a la izquierda. Tres jornadas más tarde llegaba un individuo distinto y volvía a ahondar a la derecha, para una semana más tarde llegar otro y volver a cavar en el mismo sitio. A veces en el mismo lugar habían cavado hasta veinticinco personas buscando el tesoro. La situación era caótica. Fueron cientos de personas las que se animaron a agujerear el monte de Santa Catalina en busca de la fortuna. Un día llegó un buscador de tesoros que era más testarudo de lo habitual. Buscó sin descanso durante largas horas por todas partes. Comenzó, como todos hacían, por la parte de ENFRENTE DEL TORO, que es lo que a primera vista indicaba la inscripción. Luego cavó a la derecha, después a la izquierda, siguió con la ardua tarea un poco más allá, detrás, de costado... El resultado fue el mismo que el de sus antecesores. No encontró absolutamente nada. Con un enfado manifiesto, pues sabía que su situación no era nueva, sino que gran cantidad de personas habían pasado ya por el lugar sin encontrar nada, decidió que aquella inscripción no podía continuar teniendo engañados a tantos jaeneros y forasteros, que iban hasta allí a dejar sus horas de trabajo en una inútil pérdida de tiempo. Agarró fuertemente un pico de grandes proporciones, se acercó a la cabeza de toro, la miró con los ojos encendidos en ira, alzó la pesada herramienta con fuerza y le propinó un tremendo golpe a la testa de piedra, con tanta furia que hizo añicos la frente de esa escultura, que tantos deseos de riquezas había despertado en él. Con la satisfacción del deber cumplido y dispuesto a abandonar el lugar, al dar media vuelta, escuchó de repente y asombrado un intenso tintineo metálico. Al volver la intrigada mirada hacia el destrozado toro, descubrió un gran chorro de monedas de plata. El afortunado buscador encontró las riquezas que tanto había ansiado, en el instante justo en que había decidido dar por fallida su misión. Ese fue el momento en que se descubrió que la inscripción que había debajo de la cabeza de toro no engañó nunca a nadie, sino que debía ser leída e interpretada correctamente. Al decir ENFRENTE DEL TORO ESTÁ EL TESORO, se debía adivinar que era EN-FRENTE. Sí, era en la frente del animal donde esperaba ser descubierta la fortuna, no en las tierras que tenía enfrente, donde numerosas personas perdieron sus esfuerzos inútilmente.
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El ladrón de San Ildefonso
Un joven cordobés, perteneciente a una adinerada familia de esa capital, escuchó en su ciudad hablar a alguien sobre un Santuario muy importante, que se encontraba en la cercana villa de Jaén y guardaba en su interior una gran cantidad de riquezas, ofrendas de los fieles a una Virgen que en él se veneraba. Este joven, que a pesar de pertenecer a una familia a la que nada faltaba, tenía los defectos más despreciables que podamos imaginar, rebuscó más información sobre ese Santuario de Jaén. Descubrió que en él se veneraba a la Virgen de la Capilla que, según decían, había bajado desde los cielos hasta esa ciudad para defenderla de la infiel morisma en un difícil momento. Por esta razón, tanto de la propia urbe como de las localidades cercanas, se hacían constantes homenajes en agradecimiento a tan milagroso hecho, que se traducían en obsequios, como hermosos mantos ricamente bordados en oro, valiosas alhajas, coronas forradas de las más preciadas piedras y un largo etcétera de tesoros que eran celosamente guardados en el Camarín de la Virgen. Emocionado e inquieto con las noticias recibidas sobre el citado tesoro, despertó en él una gran codicia de riquezas. Este hecho hizo que planeara viajar hasta Jaén, ciudad en la que nadie le conocía, con la intención de hacerse con las valiosas joyas de la mencionada Virgen. Una vez llegó a Jaén y ávido de terminar con la misión que se había propuesto, encaminó sus pasos hacia el Santuario de San Ildefonso, templo en el que se veneraba a la Virgen de la Capilla. Accedió al edificio simulando un gran recogimiento espiritual. Participó en la misa que se celebraba en la Iglesia y quedó en actitud orante una vez finalizada la ceremonia. Allí estuvo esperando, reclinado y con gran disimulo, hasta que el templo quedó sin fieles. Cuando vio que se había quedado solo, se dirigió rápidamente hacia la Capilla de la Virgen, guiando sus pasos hacia el Camarín. Accedió a la pequeña habitación sin vacilar, dando un rápido vistazo a la estancia y comprobando que no había nadie. Los datos recabados eran ciertos. Allí se acumulaban más riquezas de las que esperaba. Decidido, con los ojos brillantes de ansiedad, agarró un gran saco que le serviría para transportar el botín. En ese momento, dispuesto ya a comenzar el robo, miró a los ojos de la hermosa talla de María y sintió un profundo remordimiento por la acción que iba a cometer. Agachó la cabeza, se arrodilló y le rezó un Ave María. A pesar del impacto que le causaron los ojos de la Virgen de la Capilla, se volvió a incorporar, le tapó la cabeza a la escultura con una tela que allí mismo encontró, y continuó su vil misión. De este modo la mirada de la Virgen no volvería a inquietarle en lo más mínimo. Una vez introdujo en la saca una gran cantidad de objetos valiosos, advirtió que no podría cargar con más peso, decidiendo entonces salir del Camarín con mucho sigilo. Encontró de nuevo el templo sin fieles. Se dirigió hacia la puerta principal y salió del edificio con mucha cautela. Tomó con la rapidez de una liebre la calle que encontró enfrente y se dirigió hacia la Sierra de Jaén. Cuando llegó a la sierra ya había oscurecido, pero decidió no descansar y continuar caminando durante toda la noche y sin reposo, satisfecho del botín que portaba a sus espaldas. Había conseguido una verdadera fortuna y merecía la pena el esfuerzo que estaba realizando. Imaginó cuántas cosas conseguiría con aquel botín, ufanándose de su vil hazaña y comenzando a sentirse tranquilo, ya que Jaén parecía haber quedado a muchas leguas de distancia. Pronto advirtieron en el Santuario lo sucedido. La noticia del robo a la Virgen de la Capilla se extendió rápidamente. Toda la población quedó entristecida e indignada por tan sacrílego acto. Jamás había ocurrido algo semejante en aquella ciudad de honradas y devotas gentes. Tal impacto causó el desgraciado acontecimiento, que no se hablaba de otra cosa en la capital. Pronto llegó la noticia del robo a las localidades más cercanas, lugares en los que también contaba con numerosos fieles la milagrosa Virgen. A la mañana siguiente del hurto, el joven ladrón, muy cansado, divisó un hermoso pueblo de la serranía. Feliz y satisfecho de lo lejos que había quedado Jaén, se acercó hasta la pequeña y blanca localidad con intención de descansar. Ese pueblo que tan bello le pareció al delincuente era Los Villares. No conocía el joven las buenas comunicaciones de la serranía jiennense, por lo que no pudo imaginar que el lugar donde decidió descansar, era una plaza tan cercana a la capital, que había recibido la noticia del blasfemo suceso muchas horas antes de la llegada del ladrón. Inmediatamente sospecharon los villariegos al ver a un forastero que iba cargado con un enorme saco. Procedieron a detenerlo, abrieron el costal y descubrieron el tesoro robado. El cordobés no tuvo más remedio que aceptar su culpa, confesando ante las autoridades locales. Marchó preso hasta Jaén para ser juzgado por la infame acción cometida. Un revuelo de alegría sacudió los afectados corazones de los fieles jiennenses, cuando se extendió la noticia de que el ladrón había sido capturado y el botín recuperado. El juez dictaminó para el acusado la pena más dura. Fue condenado a muerte. Se ejecutó la sentencia en la Plaza de San Ildefonso, públicamente, para que viera el pueblo cómo se pagaba ante la justicia semejante sacrilegio. En esa plazoleta recibió la muerte de manos del verdugo. Posteriormente le fueron separados los miembros del cuerpo, quedando la cabeza del delincuente colgada en una de las fachadas de San Ildefonso. Una vez se retiró la cabeza del condenado, se colocó en el mismo lugar otra de piedra tallada. Todavía hoy, la cabeza de piedra que nos recuerda el despreciable hurto, continúa colocada en una de las portadas del templo. Se encuentra en la fachada norte del Santuario. En la parte superior derecha, en el límite del tejado y sobre uno de los contrafuertes, permanece tallada en piedra, para recuerdo de propios y extraños, la cabeza del miserable ladrón que tuvo la imperdonable osadía de robar el tesoro de la Virgen de Capilla.
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La Casa de los Rincones y las leyendas de los ibn Shaprut.
La familia de los ibn Shaprut, descendientes del mismísimo profeta Moisés según la tradición de la época, es la familia giennense de la que provenía el célebre cortesano judío Hasday ibn Shaprut, natural de Jaén y que alcanzó las más altas dignidades en la corte de los califas Abderramán III y Alhakam II. El saber de este judío giennense fue tan enorme, que no han sido pocas las leyendas que han circulado a su alrededor. La primera, ya mencionada, fue la tradición de que su familia procedía de una de las más aristocráticas familias judias, nada menos que de profetas de la biblia. Por otra parte, la llegada hasta la corte califal de Córdoba de este joven jienense, siempre tuvo una leyenda cercana que achacaba su buen posición a la casual del gran Califa Abderramán III a la ciudad de Jaén, camino de Córdoba, cuando fue mordido por una víbora venenosa. Está directamente relacionada con ésta, a su vez, la leyenda que nos cuenta el terrorífico pánico que el califa tenía a las víboras y a morir picado por una de ellas. Según esta leyenda el Califa encontró en Jaén a Isaac ibn Shaprut, un célebre médico judío local, que fue capaz de medicinarle contrarrestando el mortal efecto de la picadura de la serpiente venenosa y, quedó tan agradecido, que se lo llevó a su palacio como médico personal. Sin embargo, es cierto que oficialmente no existen constancia del paso de Isaac ibn Shaprut por la corte ni de su oficio de médico. Sea como sea, el hijo de Isaac, Hasday ibn Shaprut, si que llegó a la Corte, y fue tanta su sabiduría, durante los cuarenta años que prevalecería en ella, que llegó a correrse la voz de que había descubierto la Panacea Universal. Otra leyenda relacionada con esta familia la encontramos en Jaén, en la Plaza de la Magdalena, donde según una antigua tradición se ubicó la casa donde vivieron los miembros de este ilustre linaje. Se trata de una casa que tiene actualmente en su fachada una Estrella de David, que muchos no dudan en atribuir al origen judaico de la familia que allí vivió. No obstante, todo esto es una antigua tradición. La casa actual, más renciente indudablemente que las que pudieran existir desde la etapa medieval hasta ahora, se halla en el lugar donde antaño se ubicó la conocida como "Casa de los Rincones" o "Casa de las Almenas", donde la tradición ubica un interesante episodio en el que el dueño del inmueble da cobido al rey Pedro I sin saber que era él, pues venía de incógnito a Jaén en un momento difícil, pues su vida corría peligro en la ciudad por las guerras que mantenía con su hermanastro. El dueño de la casa descubrió que era el rey de Castilla porque a este le crujían las canillas (los huesos de los tobillos) y, entonces, decidió vigilar toda la noche, en un rincón junto a la alcoba donde dormía el rey, con una tizona en la mano. Al despertar y descubrirlo de esta guisa, el rey y su acompañante pensaron que era un traidor pero, pronto descubrieron que, en realidad, el hombre estaba vigilando la seguridad de su monarca y, por eso, le ofreció dar lo que le pidiera en agradecimiento. El hombre le pidió agua y almenas para su casa, que era entonces un signo de distinción social, y así se llamó la casa como "Casa de las Almenas". Además el rey, le dió el apellido "Rincón", por haberlo vigilado desde un rincón, y también por eso se ha conocido como "Casa de los Rincones". Otra tradición, leyenda sobre leyenda, nos dice que la familia "Rincón", de Jaén, descienden de la familia de los ibn Shaprut, que se convirtieron al cristianismo y fueron los que recibieron ese apellido del mismísimo rey Pedro I, apodado "El Cruel".
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El callejón del Duende
Hace poco, de la mano de Manuel Rodríguez Arévalo, pude conocer una nueva leyenda que se desarrolla en la actual calle de Joaquin Costa, en el barrio de la Merced. Cuentan que allá por el año 1880 la actual calle de Joaquín Costa era conocida con el nombre de "Callejón del Duende", en alusión a esos pequeños pero inquietos seres que a más de uno, durante siglos, han removido casa y enseres causando una verdaderas molestias entre aquellos con los que conviven. Son numerosísimas las ciudades y pueblos de España que tienen alguna calle o callejón del Duende, y en Jaén, ciudad mágica y legendaria por excelencia, no podíamos ser menos y, en nuestro caso, son dos las callejas dedicadas a tan legendarios personajes: el Callejón del Duende, según esta leyenda, hoy calle de Joaquín Costa, y la calle del Duende de la Magdalena, éste último, cuenta incluso con apellido. Pues según esta leyenda, en dicho callejón, vivia un hombre solitario y ya mayor con acento extrajero. Siempre salía de su casa muy temprano y no regresaba a la misma hasta las 5 de la tarde y luego, por la noche, volvía a marcharse y regresaba, de nuevo, casi de madrugada. Estos horarios tan extraños ya comenzaban a inquietar a la vecindad. De esta guisa un vecino, se interesó por las salidas de este señor, llamado Domingo. Un día que Domingo marchó de su casa, en sus habituales salidas nocturnas, el vecino entró en la misma con afán de averiguar algo sobre la extraña vida de aquel solitario personaje. Dentro de la casa encontró gran cantidad de frascos y tarros con numerosos l´iquidos y un mapa que no comprendió, además de otros objetos que le resultaron muy extraños. Domingo, al regresar a su casa, se dio cuenta de que alguien había estado fisgando entre sus enseres y pensó en tender una trampa para saber quien había sido el intruso que se había atrevido a violar la intimidad de su domicilio privado. De esta forma al día siguiente, el vecino fisgón esperaba la salida de Domingo y cuando ya vió que estaba alejado de su casa, volvió al interior con el animo de seguir investigando en la casa de aquel vecino que hacía salidas tan misteriosas por las noches. Nada más entrar en la casa de Domingo el pobre hombre se encontró con un destello de luz y un sórdido crujido, amén de un golpe tremendo que le hizo caer al suelo. Rápidamente, el ruido despertó a los vecinos que se acercaron a la casa a ver que ocurría en aquella casa y entonces el intruso, inteligentemente, comenzó a chillar diciendo que le había atacado algo así como un fantasma y un duende. Como podrán imaginar, de ahí vendría lo del callejón del Duende. Cuando regresó Domingo, el dueño de la casa, los vecinos le informaron de lo que había pasado y del duende que habitaba en su casa, y Domingo prometió buscar al duende, que quizá se escondiera entre los libros. Lo cierto es que Domingo averiguó de esta forma quien había entrado en su casa, pues le dijeron que era Enrique, su vecino, el que había sufrido el fuerte golpe del duende. De esta guisa invitó a su vecino Enrique para decirle que no pensaba denunciarlo y que si quería, le podría revelar su secreto con la condición de que nunca lo contara a nadie. Resultó que Domingo, según esta leyenda, era un judío cuyo verdadero nombre era Jonás. Contó a su vecino Enrique que sus antepasados habían sido expulsados de la ciudad de Jaén por los Reyes Católicos y que, pensando que podrían regresar a su casa algún día, escondieron un tesoro del cual solo había heredado un plano de su familia que era la referencia para encontrarlo tanto siglos después. Ese fue el motivo por el cual Domingo, en realidad Jonás, había comprado aquella casa y otra en el Arrabalejo, donde según todos los datos se encontraba el tesoro. Cuenta la leyenda que a la semana de contarle a su vecino Enrique toda esta historia, encontró el tesoro de su familia y marchó de esta ciudad y Enrique, quedó como responsable de las dos casas de Jonás. Es desde entonces, que se conoce a este callejón con el sobrenombre de Callejón del Duende, si bien realmente no sabemos si al intruso Enrique lo atacó un duende, favoreciendo que el dueño de la casa supiera quien entraba a hurtadillas en la misma, o si fue alguna estratagema del dueño de la casa para pillar in fraganti al curioso que merodeaba por su domicilio cuando el salía. Sea como sea, otro Callejón del Duende en el nomenclátor de España.
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El Cristo de la Tarima o de las Injurias
En la calle Maestra, la vía comercial estrecha y transitada, se levantaba una humilde casa, habitada por personas de dudosa reputación, pues era moriscos o judíos, ambas clases de conversos que gozaban de la animadversión popular. Tenían establecida una pequeña tienda de comestibles, de las que gráficamente suelen ser consideradas como “tiendecillas de pan y aceite”, y a cuya entrada había una espaciosa tarima, que necesariamente pisaban todos los clientes. Hay dos variantes en el relato del pueblo acerca del extraño suceso: el primero, ingenuo y sencillo, fue... que a un vecino se le escapó una gallina y al huir se metió debajo de la tarima del pequeño establecimiento; ante la oportuna reclamación, el encargado de la tienda, muy turbado, se negó a levantarla, lo que entonces realizó, todo indignado, el dueño del ave de corral, encontrándose, por esta parte que daba contra el suelo, una pintura de Cristo en la Cruz. El segundo, más sentimental y emotivo, presenta este hallazgo como debido a la infancia. Unos niños jugaban a la puerta de la tienda cuando conmovidos escucharon unos desgarradores sollozos que parecían venir del suelo; prestaron más atención y al convencerse de que procedían del interior de la tarima, dieron voces desesperadas para remediar aquel sufrimiento tan oculto; acudieron muchas personas y entre éstas el prior de San Lorenzo, y al levantarla, se encontraron con el Crucificado, sobre el que el público, sin saberlo, pisoteaba. Aunque tanto una como otra versión no añaden detalles sobre la pena impuesta a los moriscos o judíos que cometieron acto tan sacrílego, llevados del odio, expresivo de sus ocultos sentimientos, es casi seguro que, como herejes declarados, fueran sometidos a la jurisdicción inquisitorial. Recortaron de la tabla lo que correspondía a la Cruz y comenzó a venerarse en la iglesia de San Lorenzo con el título de “El Señor de la Tarima”, por el lugar en que primitivamente estuvo, siendo objeto de especial fervor. Al desaparecer este templo, fue llevado a la iglesia de la Merced, donde continuó recibiendo culto aunque con el nombre de El Señor de las Injurias, en recuerdo de los escarnios que involuntariamente sufrió.
Manuel Mozas Mesa, en su libro: “Jaén legendario y tradicional”
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El Peñón de Uribe
Cae sobre la ciudad de Jaén y sus alrededores un año de hambre y penurias. El campo no produce lo suficiente para que las humildes gentes de la capital tengan un mínimo sustento. La miseria corroe las viviendas que en otros años anteriores pudieron salir del paso con cierto desahogo económico. En el barrio de San Juan, de blancas casonas encaladas que miran colgadas desde Cerro de Santa Catalina los extensos olivares de la campiña jiennense, habita una familia, de trabajadores de origen humilde, que no han quedado al margen de tanta penuria y hambre. La familia, compuesta por el padre, la madre y varios hijos pequeños, soporta además la sobrecarga del abuelo paterno, que vive en el mismo domicilio y que se encuentra ya anciano y decrépito. El padre, a pesar de la escasez de trabajo, se emplea en aquello que encuentra. Tienen un pequeño trozo de tierra, pero este año no merece la pena sembrarlo. Sería más gasto plantar en el que dejarlo sin nada. La sequía destrozaría lo sembrado y la plantación cuesta dinero y trabajo. La situación es caótica. Cada vez peor para las humildes gentes de ese barrio de San Juan que no saben como salir adelante, a pesar de que una ilustre familia les entrega, de vez en cuando, algo que ayude al sustento de los niños. El padre toma una decisión. Con gran dolor en el corazón llamó una mañana al abuelo, encerrándose ambos en una habitación aparte, donde no los escuchara el resto de la familia. Le explica al padre la grave situación por la que está pasando la familia, y le dice que no tiene más remedio que ingresarlo en el Hospicio de Hombres. Quizá, con una boca menos la situación sería más llevadera. Además su estado es una sobrecarga de trabajo para todos. El Hospicio está muy cerca de su casa. No le faltarían visitas al abuelo de sus nietecitos, que siempre estaban pegados a el por el gran amor que le profesaban. No era facil para el buen hombre explicarle al padre esta situación y grave decisión. El anciano escuchó con gran fortaleza lo expuesto por su hijo. Ni una sola lágrima o expresión de dolor manifestó. Entendió que era una situación verdaderamente grave y lo comprendió perfectamente. Dio el visto bueno a la decisión de ser ingresado en el Hospicio de Hombres, donde seguro que no le faltaría un poco de pan para sobrevivir y donde esperaría todos los días la visita de sus queridos nietos, que tan cerca seguirían de el. Una mañana triste y lloviznosa, amanece para la familia. Es el día estipulado para que el abuelo ingrese en el Hospicio, una vez que el hijo ya ha tramitado todo lo necesario para que así sea. El anciano se levanta como si se tratara de un día cualquiera. Se despide de su nuera, a la que se les escapan unas lágrimas. Dice adiós a sus nietos, prometiéndoles una pronta vuelta, a lo que ellos contentos e inocentes solo esperan algún regalo del viaje que va a realizar su abuelo. Es tan avanzada su ancianidad que el hijo lo carga a sus espaldas para llevarlo hasta su futuro domicilio. El abuelo pesa bastante, y tiene que realizar algunas paradas mientras baja las empinadas cuestas del barrio de San Juan. Cerca del Hospicio, encuentra el Peñón que llaman de Uribe. Esa piedra que se encontraba junto a la hermosa puerta del Palacio de la familia Uribe, de alta y antigua alcurnia. Se detuvo el hijo en el Peñon, para sentarse y descansar un poco. El peso le tiene agotado. Se sienta también el abuelo en un pollete que tiene la piedra. Al instante, el anciano padre, que no había protestado ni llorado en toda la mañana, prorrumpe en un intenso y desesperado llanto. El hijo, con un gran nudo en la garganta, preguntó al padre por la causa de aquella profunda pena y tan intenso llanto. El padre, casi sin poder expresarse, le dijo que a nadie dejaba Dios sin castigo. Que todo lo que se hace mal llega el día en que se paga. El hijo, muy extrañado, ya que su padre habia estado tan animoso toda la mañana, volvió a insistirle en el motivo de aquella tristeza. El anciano le explicó, que muchos años antes, también el decidió llevar a su padre hasta el Hospicio. Le cuenta que también cargó con el a sus espaldas, desde su casa hasta ese mismo peñón, en el que tuvo que parar a descansar y donde también su padre estuvo sentado justo antes de ser ingresado en el Hospicio de Hombres. La historia se repetía. El hijo, entró al momento en un intenso llanto. Con una gran pena en el corazón, cargó de nuevo a su anciano padre sobre la espalda, y rápido y sin dilaciones, como si las cuestas y el cansancio ya no le pesaran, regresó con el abuelo en dirección a su casa, donde decidió que debería estar hasta el fin de sus días. Miseria tendrían con el o sin el. Ya se las arreglarían para salir adelante como fuera, pero no quería que cuando llegara a ser anciano, alguno de sus hijos parara a descansar en aquel Peñón de Uribe antes de abandonarlo en el Hospicio. Una antigua leyenda que durante siglos fue repetida incesantemente por las olivareras gentes de un Jaén que siempre respetó profundamente a sus ancianos.
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La Cruz del Castillo
Nos cuenta esta leyenda, que es una verdadera tradición de la cultura jiennense como ahora veremos, que cuando el rey Fernando III El Santo entró a Jaén, tras su conquista a los musulmanes, subió al Castillo árabe con sus tropas y llegó hasta el último extremo del cerro de Santa Catalina, que así llamó como consecuencia de una aparición de la Santa en sueños (ver leyenda de Santa Catalina). Llegado a ese punto del monte, único lugar de la cima del cerro desde donde todavía hoy se puede contemplar la majestuosa Catedral, antes espacio que ocupó una mezquita, uno de los capitanes de sus tropas hincó, como signo de triunfo, su espada en el suelo del lugar, quedando esta con la punta clavada en el suelo y el travesaño de tal modo que, a primera vista, pudiera parecer una cruz cristiana. Gustó esto al rey Santo y decidió, que a partir de aquel momento (primavera de 1.246), hubiera siempre una gran cruz en aquel lugar que recordarse la conquista cristiana y que, además, pregonara a los cuatro vientos el dominio castellano de la antigua medina. A partir de entonces la leyenda se convierte en verdadera tradición, quizá por tener visos de ser un hecho histórico y verdadero, y las religiosas del Real Monasterio de Santa Clara (que fundó el mismo rey según otra tradición), serían las encargadas de costear una cruz que siempre debía permanecer allí. Los proverbiales vientos de Jaén dieron al traste con muchas cruces de madera y de hierro, que quedaban inservibles cuando caían, obligando a crearlas nuevas. Pasado el tiempo las religiosas abandonaron esta encomienda y el Obispo de la diócesis de Jaén le encomendó el privilegio del mantenimiento de la Cruz del Castillo, que así la llamaban ya todos, a la familia giennense de los Balguerías, los cuales, sobre 1.950, y concretamente Eduardo Balguerías, colocaría la actual Cruz de hormigón armado que, más de medio siglo después, ni el tiempo ni el viento han podido derribar.
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La mona de la Catedral
Vamos a intentar conocer un poco más en profundidad la simbología de la famosísima figura que existe en la parte trasera de nuestra Santa Iglesia Catedral. Una pequeña escultura, conocida popularmente como Mono o Mona de la Catedral, ha arrinconado siempre al nombre oficial de la estrecha callejuela donde estuvo ubicado el Bar Sanatorio, que se llama Valparaíso, para ser denominada popularmente y prácticamente por todos los jiennenses como Callejón de la Mona. Muchos ciudadanos de Jaén no saben que el Callejón de la Mona se llama en realidad de Valparaíso. La espalda de la Catedral de Jaén es una sobria fachada que cuenta con una hermosa cenefa gótica. Son los restos que nos quedan de la anterior, la que fuera catedral gótica de Jaén, que se demolió en su mayor parte para la construcción de la actual. El popular Obispo Insepulto, D. Alonso Suárez de la Fuente del Sauce fue uno de los precursores de aquella antigua iglesia gótica. Esa hermosa cenefa de la que hablamos, esta formada por brazadas de hojas de acanto ceñidas con cinturones, también tiene esculpido un esplendoroso follaje de granado con sus respectivos frutos, además de esferas, pirámides, clavos, conchas de vieira, flores de lis, racimos de uva, bellotas y un largo etcétera de detalles, incluso animales. También se han conservado, ajenas a los avatares del tiempo y permaneciendo a la vista de propios y extraños, las misteriosas gárgolas con su expresión atemorizadora, con cuerpos cubiertos de escamas, afiladas garras y terribles fauces. Pero es dónde la cenefa gótica llega a su fin, justo donde comienzan los bajos del sagrario, donde encontramos a la más enigmática y popular figura de cuantas rodean los cuatro costados del enorme templo, hablamos lógicamente de la Mona de la Catedral. Les aconsejo que una mañana cualquiera, de aquellas en que la lluvia no arrecia, a que con un prismático en mano, se acerquen a descubrir que esta famosa Mona no es sino la figura de un hombre sentado, concretamente de un moro. Tiene este hombre musulmán unas facciones rudas, la nariz partida, un gran mentón, grandes orejas y larga cabellera. Esta la figura sentada a modo oriental, con las piernas abiertas y las plantas de los pies tocándose. Lo descubriremos echado hacia delante y con los brazos cogiéndose los tobillos. Cuenta además con un turbante en su cabeza, que anuncia desde lejos su condición de musulmán. Esta representación de un moro tan horrible, posiblemente sea una burla a la religión musulmana, considerada desde antaño como religión falsa. Puede representar la superioridad del cristianismo, expresando una idea de triunfalismo de una religión sobre otra. Precisamente donde hoy se encuentra la Catedral, y lógicamente esta figura, es donde antaño se ubicó una de las Mezquitas del Jaén Musulmán, que sería demolida para la construcción del nuevo templo,mona incluida. Por las razones que sean, quizá por ancestrales recelos a todo aquello que sonara a religión pagana, ya fuera islam o judaismo, fue costumbre entre los niños y niñas de Jaén el tirar piedras a la pobre mona catedralicia. No pasaba por aquellos lares chiquillo o chiquilla que se privara del gustazo de apedrear a tan grotesco macaco. Posiblemente y en parte como consecuencia del sometimiento a esta constante burla de la chiquillería jiennense, es por lo que hoy en día aparece tan deteriorado y con la nariz partida, además del lógico transcurrir de los siglos. Durante largo tiempo se sucedió este episodio de la historia de Jaén, pedrada tras pedrada, hasta que un día comenzó a difundirse una curiosa historia. Se comentaba por todos los rincones de Jaén, que aquel o aquella que se atrevieran a tirarle piedras a la mona de la Catedral recibirían severos castigos. Parece ser que esta acción traía como consecuencia inmediata terribles maleficios, que desencadenaban una sucesión de desgracias que acabarían primero con la felicidad de la familia de aquel que apedreó a la mona, y después incluso con la salud de todos y cada uno de sus parientes más cercanos, hasta llevárselos a la tumba. Cundió tanto esta historia entre las ingenuas gentes de Jaén, que al parecer no hace tanto, incluso nuestros bisabuelos y tatarabuelos, agachaban la cabeza al pasar frente a la mona, pues ni mirarla querían, temerosos de que alguna desgracia cayera sobre sus inocentes cabezas. Quizá ellos mismos habían sido los niños que se hincharon a pedradas con la mona. Ahí sigue el moro sentado, mirando al frente, con su turbante desafiante, ajeno al pasar de los años, viendo como circulan frente a el una generación tras otra de giennenses que lejos de considerarlo humano le consideran macaco. Es indudablemente el personaje más simpático en las fachadas de la catedral.
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La Cámara de las Estatuas
En los primeros días había en el reino de los andaluces una ciudad en la que residieron sus reyes y que tenía por nombre Lebtit o Ceuta, o Jaén. Había un fuerte castillo en esa ciudad, cuya puerta de dos batientes no era para entrar ni aun para salir, sino para que la tuvieran cerrada. Cada vez que un rey fallecía y otro rey heredaba su trono altísimo, éste añadía con sus manos una cerradura nueva a la puerta, hasta que fueron veinticuatro las cerraduras, una por cada rey.Entonces acaeció que un hombre malvado, que no era de la casa real, se adueñó del poder, y en lugar de añadir una cerradura quiso que las veinticuatro anteriores fueran abiertas para mirar el contenido de aquel castillo. El visir y los emires le suplicaron que no hiciera tal cosa y le escondieron el llavero de hierro y le dijeron que añadir una cerradura era más fácil que forzar veinticuatro, pero él repetía con astucia maravillosa: "Yo quiero examinar el contenido de este castillo". Entonces le ofrecieron cuantas riquezas podían acumular, en rebaños, en ídolos cristianos, en plata y oro, pero él no quiso desistir y abrió la puerta con su mano derecha (que arderá para siempre). Adentro estaban figurados los árabes en metal y en madera, sobre sus rápidos camellos y potros, con turbantes que ondeaban sobre la espalda y alfanjes suspendidos de talabartes y la derecha lanza en la diestra. Todas esas figuras eran de bulto y proyectaban sombras en el piso, y un ciego las podía reconocer mediante el solo tacto, y las patas delanteras de los caballos no tocaban el suelo y no se caían, como si se hubieran encabritado. Gran espanto causaron en el rey esas primorosas figuras, y aun más el orden y silencio excelente que se observaba en ellas, porque todas miraban a un mismo lado, que era el poniente, y no se oía ni una voz ni un clarín. Eso había en la primera cámara del castillo. En la segunda estaba la mesa de Solimán, hijo de David —¡sea para los dos la salvación!—, tallada en una sola piedra esmeralda, cuyo color, como se sabe, es el verde, y cuyas propiedades escondidas son indescriptibles yauténticas, porque serena las tempestades, mantiene la castidad de su portador, ahuyenta la disentería y los malos espíritus, decide favorablemente un litigio y es de gran socorro en los partos.En la tercera hallaron dos libros: uno era negro y enseñaba las virtudes de los metales de los talismanes y de los días, así como la preparación de venenos y de contravenenos; otro era blanco y no se pudo descifrar su enseñanza, aunque la escritura era clara. En la cuarta encontraron un mapamundi, donde estaban los reinos, las ciudades, los mares, los castillos y los peligros, cada cual con su nombre verdadero y con su precisa figura.En la quinta encontraron un espejo de forma circular, obra de Solimán, hijo de David —¡sea para los dos la salvación!—, cuyo precio era mucho, pues estaba hecho de diversos metales y el que se miraba en su luna veía las caras de sus padres y de sus hijos, desde el primer Adán hasta los que oirán la Trompeta. La sexta estaba llena de elixir, del que bastaba un solo adarme para cambiar tres mil onzas de plata en tres mil onzas de oro. La séptima les pareció vacía y era tan larga que el más hábil de los arqueros hubiera disparado una flecha desde la puerta sin conseguir clavarla en el fondo. En la pared final vieron grabada una inscripción terrible. El rey la examinó y la comprendió, y decía de esta suerte: "Si alguna mano abre la puerta de este castillo, los guerreros de carne que se parecen a los guerreros de metal de la entrada se adueñarán del reino".Estas cosas acontecieron el año 89 de la hégira. Antes que tocara a su fin, Tárik se apoderó de esa fortaleza y derrotó a ese rey y vendió a sus mujeres y a sus hijos y desoló sus tierras. Así se fueron dilatando los árabes por el reino de Andalucía, con sus higueras y praderas regadas en las que no se sufre de sed. En cuanto a los tesoros, es fama que Tárik, hijo de Zaid, los remitió al califa su señor, que los guardó en una pirámide.
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El olivo en la mitología y la leyenda
El origen del olivo se pierde en la antigüedad de los tiempos. Siempre presente en las civilizaciones de la Cuenca Mediterránea, ha sido un árbol que ha estado y está firmemente aferrado a las culturas occidentales. Es un árbol con un valor simbólico muy importante. Sus raíces se sujetan fuertemente a la tierra y se dirigen hacia el averno, el tronco se eleva en el mundo de los hombres, y la copa va dirigida hacia los cielos, hacia metas y territorios inalcanzables. El olivo nos ofrece vida, alimento, protección; todos los años se renueva, es símbolo de longevidad, de fertilidad y de madurez. En todo el mediterráneo el olivo se confunde con el origen de los pueblos que lo habitamos, y que llegaron a convertirlo en un árbol sagrado. Justamente de madera de olivo se hacían en la antigüedad los cetros de los reyes, y era con su aceite con el que se ungía a los reyes y sacerdotes, y aún hoy, es utilizado el aceite de oliva como santo óleo, en algunas de las más importantes ceremonias de la Iglesia Católica, como es el caso de los bautismos, la misa crismal, la unción de enfermos o la ordenación de nuevos sacerdotes. Una leyenda nos cuenta que Adán, cuando se acercaba el momento de su muerte, evocó la palabra del Señor, que le había dado el aceite de la misericordia para redención suya y de toda la Humanidad. Envió a su hijo Set a la montaña donde el paraíso terrenal había quedado bajo la protección de un querubín, para que le suplicara. Tomó entonces tres semillas del árbol del Bien y del Mal el querubín, y dijo a Set que las pusiera en la boca de su padre Adán difunto. Colocadas así, cuando Adán fue enterrado en el Monte Tabor, las tres semillas germinaron, dando raíces y tres tallos, que formaron un olivo, un cedro y un ciprés. Hace seis mil años eran los egipcios los que atribuían a la Diosa Isis, mujer de Osiris, que era el Dios supremo de su mitología, el mérito de enseñar a cultivar y utilizar este sagrado árbol. Palas Atenea, diosa de la paz y de la sabiduría para los griegos, y que nació milagrosamente de la frente de su padre, el gran Dios Zeus, tras haberse tragado éste a Metis embarazada, es para los griegos el origen de tan preciado árbol. Cecrops fundó una pequeña colonia en Atica, en el siglo XVII a.C., que atrajo a los habitantes de la zona, hasta entonces nómadas, para que se asentaran allí. Palas Atenea disputaba a Poseidón el honor de darle nombre a esa ciudad, razón por lo que la asamblea de los dioses, acordó concedérselo a aquel de los dos adversarios que les proporcionase el invento más útil a sus habitantes. Poseidón, golpeando con su tridente el suelo, hizo salir de la tierra un magnífico caballo, hermoso, rápido y capaz de arrastrar los más pesados carros e incluso de ganar grandes combates. Atenea sin embargo, hizo brotar del suelo un olivo, árbol que era capaz de dar la llama para iluminar, de suavizar las heridas, y de ser un alimento precioso, rico en sabor y dador de energía. Consideraron que el olivo era de mayor utilidad que el caballo, por lo que le aquella ciudad pasó a llevar el nombre de la Diosa que lo creó, llamándose como ella, Atenas. Este olivo que brotó en la Acrópolis de Atenas fue rodeado por un muro y guardado por guerreros especialmente consagrados para defenderlo. Nos dicen que cuando los enemigos de Atenas se aproximaban, todos los ciudadanos se agrupaban dentro de las murallas, junto al olivo, hasta que el peligro cesaba. Incluso, tras las guerras médicas y tras el incendio de la Acrópolis y del olivo sagrado, cuando los atenienses volvieron a su ciudad y encontraron los monumentos destruidos, descubrieron que sin embargo el olivo plantado por la diosa Atenea, había echado retoños de su raíz, superando así la destrucción, y mereciendo ser el símbolo de la inmortalidad. Rómulo y Remo, descendientes de los Dioses y fundadores de la gran ciudad de Roma, vieron la luz por primera vez paridos por una loba y bajo las ramas de un olivo. También nos cuentan que Hércules fue el impulsor del cultivo del olivar, ya que cada vez que golpeaba con su maza de madera de olivo el suelo, ésta echaba raíces y brotaba un árbol. En el libro más antiguo de cocina que existe, que data de hace dos mil años, se habla continuamente del aceite de España. La Biblia cita aproximadamente 140 veces el aceite y casi 100 veces al árbol del olivo. Por ejemplo en el Génesis, cuando la paloma vuelve al arca de Noé con una ramita de olivo en su pico, o en el Deuteronomio, en el que se califica a la tierra de Aser, Palestina, como país rico en olivos y aceite, con esta preciosa frase: “Bendito más que otros hijos, Aser, sea favorito entre sus hermanos; en el aceite meterá sus pies”. El olivo fue excepcional testigo de la vida de Jesucristo, que lloró y rezó en el Huerto de los Olivos.
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Un monstruo en la Fuente de la Peña
Leyenda que narra la existencia de un horrible monstruo en el espacio que hoy ocupan los antiguos lavaderos de La Fuente de la Peña, de gran valor sentimental e histórico para la ciudad, en la salida de Jaén en dirección a la localidad de Los Villares de Jaén. La historia nos habla de un arriero que, procedente del vecino pueblo de Los Villares, y justo a su paso por el mencionado Lavadero de la Fuente de la Peña, oyó el intenso y angustiado llanto de un bebé. De esta guisa se acercó hasta los lavaderos y allí encontró a un pequeño, de pocos meses, abandonado a su suerte y a la intemperie, con visos de haber permanecido abandonado bastante tiempo y el desconsuelo que ello provoca en una criatura tan pequeña e indefensa. Decidió cargarlo en la misma mula en la que él iba montado, a sus espaldas, pues llevaba varias mulas, y en esto que cuando se estaba acercando ya a la ciudad, casi entrando en ella, notó que la mula en la que iba montado iba más despacio de lo habitual, como si estuviera muy cansada. Miró hacia atrás, viendo si quizás las otras mulas estaban tirando de esta hacia atrás o si era consecuencia de la cuesta pero, para su sorpresa, se encontró que en el lugar del hermoso bebé que había depositado junto a él halló el horrible rostro de una bestia verde y enorme que, sonriente, les espetó la siguiente frase:
- ¿Tienes dientes como yo?. Como podrán imaginar el pobre arriero salió espantado, abandonando a las mulas y huyendo del horrible monstruo que, según algunos, todavía a veces llora con canto de niño en las inmediaciones. Dicen que el llanto, en realidad, procede de la otra parte de la carretera del lugar donde hoy están los lavaderos, ya que allí, existió antes, un lavadero mucho más antiguo y, es ahí, donde vive el monstruo de la gran dentadura.
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Una cueva secreta en la Plaza de los Huérfanos
Preciosa esta leyenda, que nos ubica en lo más profundo de la mitología islámica o judía, por lo orientalizante que es. Se desarrolla justo en el acceso desde el exterior de la ciudad a la antigua aljama de los judios, en una casa que debió situarse en la esquina entre la actual plaza de los Huérfanos y la calle del mismo nombre. Dicen que llegaron unos ganaderos trashumantes solicitando alojamiento a una de aquellas casas de la plaza de los Huérfano y que, los propietarios, decidieron darles cobijo en un buen sótano que tenían donde conservaban diferentes enseres de las tareas agrícolas a las que se dedicaban. Ya de noche, la dueña de la casa y su hija, escucharon extraños sonidos que procedían del sótano donde estaba cobijados los forasteros. La hija, más interesada que la madre en el murmullo, decidió bajar con cuidado y sin hacer ruido para ver que estaba ocurriendo en las mismísimas entrañas de su casa y, sorpresa, hayó a los pastores en círculo, pronunciando una extraña jaculatoria, en torno a una vela encendida. En estas que se abrió una tremenda grieta en la pared del sótano y, entrando por ella los pastores, comenzaron a sacar de una cueva secreta que había tras aquella pared una gran cantidad de tesoros valiosísimos: piedras preciosas, copas de oro, bandejas de plata... verdaderas delicias de orfebrería, una verdadera fortuna. Subió sigilosa la joven hasta su habitación y, al día siguiente, una vez marcharon los pastores, le contó a la madre lo ocurrido. La madre, asombrada, no pudo dejar de caer en la tentación que su hija le ofrecía, repetir esa misma noche, ellas dos solas, el mismo ritual que habían realizado los pastores y entrar en aquella cámara secreta para saber que podían sacar de allí. Al fin, y al cabo, era su casa. Así pues, por la noche, las dos unieron sus manos dejando la misma vela que usaron los pastores en el centro y, la hija, tras pronunciar las extrañas palabras, vio asombrada como se abría la brecha que daba paso a una cueva tras la pared del sótano. Entró ansiosa y encontró allí las mayores riquezas que nadie pudiera haber imaginado. La madre, que quedó fuera temerosa, al ver que la vela se consumía rápidamente y que estaba cercana a dejar de dar llama avisó a la hija que, ensimismada, no hacía caso de la madre y no salía de aquella cueva. Fue así como se acabó la llama de la vela y la brecha, bruscamente, se cerró para siempre, ya que la desesperada madre no recordaba las extrañas palabras que pronunciara la hija y nadie más, salvo los pastores que habían marchado fuera de la ciudad, conocía pues la contraseña para abrir de nuevo aquella cámara de tesoros.
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Santa Catalina de Alejandría y la reconquista de Jaén
En esta legendaria historia encontramos a una de las copatronas de Jaén, Santa Catalina de Alejandría, y el origen de su devoción antiquísima en la ciudad, si bien, según algunos autores, es posible que la devoción a Santa Catalina fuera anterior a al conquista cristiana en 1.246 y, por ese motivo, se perpetuara durante siglos primero como patrona y, después, a partir del siglo XV, como copatrona con la Virgen de la Capilla. Estando Fernando III el Santo en las inmediaciones de la ciudad, que estaba sitiada por sus tropas, con el objetivo de rendirla y tomarla por fin para los dominios castellanos, empujando cada vez más a los musulmanes hacia su último reducto, en Granada, dicen que una noche sucedió algo mágico. Estando en sueños, la joven mártir Santa Catalina de Alejandría se le apareció en sueño y le entregó unas llaves grandes. Una vez despierto, se entendió que eran las llaves de la ciudad de Jaén y que en el sueño Santa Catalina estaba mostrando su apoyo a las tropas cristianas que estaban a punto de rendir Jaén. Muy poco después, el rey castellano, consiguió del rey musulmán Alhamar la rendición de Jaén, declarándose este último como vasallo de Castilla y retirándose a Granada, donde perduraría el dominio musulmán durante dos siglos y medio más. Hoy día, el cerro donde se asienta la ciudad, y también el castillo, donde la santa tiene una capilla, son conocidos con los nombres de monte o cerro y castillo de Santa Catalina.
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Un jamón incorrupto
Esta leyenda, realmente divertida, tiene su origen en la permanencia, durante un siglo, de un jamón que fuera indultado por su primer propietario, en la célebre y centenaria tasca de El Gorrión, en el callejón del Arco del Consuelo. Nos cuenta que la tasca fue visitada hace unos cien años por una princesa rusa que venía huyendo camino quizá de Gibraltar y, en llegando a la tasca en cuestión, solicitaron un lugar apartado y privado donde pudieran descansar un rato y comer para reponer fuerzas. El mesonero los mandó al sótano de la Tasca El Gorrión, donde tenía colgadas piezas de la matanza y, entre ellas, varios jamones. Fue así como la princesa rusa, sentada bajo uno de los jamones, recibió justo en la ropa que cubría su pecho una pringosa gota de grasa y, el amable dueño de la tasca, fue presto a limpiársela. Y de ahí, cuentan, surgió un romance o algo que no conocemos demasiado bien. Sea como sea, el mesonero, infinitamente agradecido al grasiento jamón, lo indultó de por vida y ahí luce palmito, en la tasca gorrión, cual momia egipcia en el Museo del Cairo, con la salvedad de que en el Gorrión se visita y el jamón incorrupto mientras, arriba, se paladean otros jamones serranos de la tierra acompañados de buen vino sin que, a nadie, le quite el apetito la pieza en cuestión.
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El Obispo Insepulto
Existen historias en Jaén que, por más que se repitan, siempre son de interés e incluso de actualidad, tal y como ocurre con ésta, en la que recordamos al que fuera conocido con el nombre de Obispo Insepulto. El 15 de Mayo de 1.520 fallecía en Jaén D. Alonso Suárez de la Fuente del Sauce, Obispo de Jaén, recibiendo cristiana sepultura en la Capilla Mayor de la antigua Catedral gótica, que se encontraba ubicada en el mismo solar que hoy ocupa nuestra hermosa Catedral renacentista. Nadie podía sospechar en aquel momento las muchas vicisitudes que el cuerpo de este obispo habría de soportar a lo largo de varios siglos, hasta encontrar de nuevo una segunda y definitiva sepultura el 13 de Mayo de 2.001, casi quinientos años después. Don Alonso Suárez, popularmente conocido como “Obispo Insepulto”, fue un hombre de elevada talla humana y pasó a la historia de la Diócesis como un gran constructor, ya que fue el responsable de la edificación de notables edificios, entre ellos el conocido como Puente del Obispo, la Parroquia de San Andrés de Baeza o la fachada norte del Santuario de San Ildefonso en Jaén. Nació este ilustre obispo de Jaén en la provincia de Avila, concretamente en la localidad de Fuente del Sauz, en el último tercio del siglo XV. Antes de llegar a Jaén ya había sido Obispo de Mondoñedo y de Lugo, además de ostentar importantes cargos como el de Consejero Mayor del Reino e Inquisidor General. Precisamente dentro de ese afán constructor que le caracterizó, mandó edificar la primitiva catedral gótica, razón por la cual ostentaba el privilegio de poder ser enterrado en la Capilla Mayor de la misma, como así sucedió en el momento de su fallecimiento en 1.520. Tras ciento quince años de permanecer en un nicho de esa Capilla Mayor, su cuerpo tuvo que ser trasladado a la sacristía en 1.635, provisionalmente, hasta tanto terminasen las nuevas obras que se iban a ejecutar y que darían a luz a la nueva y flamante Catedral que hoy conocemos, según traza del Maestro Vandelvira. La Capilla Mayor de la Catedral, igual que la casi absoluta totalidad del templo, fue sustituida completamente por otra de obra nueva, razón por la cual, una vez quedó finalizada, el Cabildo Eclesiástico entendió que el cuerpo del Obispo Alonso Suárez debía ser enterrado en el Coro. El Cabildo estimó la conveniencia de que fuese sepultado con el resto de los Obispos y no en una Capilla Mayor que al ser nueva, ya no era la que él difunto había mandado construir. Había perdido el privilegio de ser sepultado en la misma y además era conveniente, para no restar esplendor al Santo Rostro de Cristo, que como sabemos se encuentra en la mencionada Capilla Mayor. En ese momento es cuando nace un singular litigio entre los parientes del obispo y el Cabildo Catedralicio, ya que los primeros entendieron que era de justicia volver a sepultar el cuerpo de su pariente en el mismo lugar donde se encontraba anteriormente, la Capilla Mayor, en contra de la opinión del clero, que negaba ese privilegio a D. Alonso. El cuerpo de D.Alonso Suárez, en una decisión salomónica, fue ubicado en la Capilla Mayor de la Catedral pero sin ser sepultado, colocando su cadáver, de nuevo provisionalmente, en un mueble diseñado al efecto, que durante más de 300 años permanecerá en esa Capilla, mientras espera la resolución al litigio que entre parientes del difunto y Cabildo Catedralicio se había originado. Don Alonso Suárez recibirá con el tiempo, el sobrenombre de “Obispo Insepulto”, ya que conforme se fue dilatando el litigio también fue aumentando la singularidad y fama de esta historia. Durante siglos, la familia ofrecería una vez al año una serie de presentes al Cabildo, consistentes en cera, miel, ganado...Mientras los parientes de D. Alonso Suárez presentaran estos presentes, significaba que su petición continuaba en pie, por el contrario, si en algún momento dejaban de presentar dichos regalos, se entendería que el Cabildo había ganado el litigio y en consecuencia, el “El Obispo Insepulto” sería enterrado definitivamente en el Coro de la Catedral. Puntualmente presentaron los familiares esos presentes al Cabildo, hasta que con la carestía de la guerra civil española, dicha entrega tuvo que ser suspendida, eso sí, por causas más que justificadas. Será por fin en el año 2001 cuando siendo obispo de la Diócesis de Jaén D. Santiago García Aracil, se llegará a un acuerdo con los parientes del ya muy popular “obispo insepulto”, aceptando la Iglesia que sea sepultado definitivamente en la Capilla del Santo Rostro. El 13 de Mayo de 2.001, después de haber transcurrido 481 años desde su fallecimiento, D. Alonso Suárez de la Fuente del Sauce recibió por fin cristiana sepultura. El mueble que durante tantos siglos albergó el ilustre cadáver aún permanece a la izquierda de la Capilla Mayor de la Catedral, eso sí, sin la inscripción que indicaba el funerario destino que tuvo durante siglos, inscripción que en estos últimos días ha sido noticia en la prensa provincial. En esa misma Capilla, encontramos hoy la sepultura que a pesar de ser el resultado de la finalización del litigio, seguirá dejando perplejos a cuantos jiennenses o visitantes se acerquen hasta la misma, ya que las fechas inscritas en la lápida inducen a ello: “Alonsus Suares de la Font”, “Obispus Insepultus”, Falleciorum 1.520, sepultorum 2.001. Ret in cantem pace.
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